Por Daniel Di Giacinti
Axel Kicillof dijo que el período de Perón, Evita, Néstor y Cristina “fue el más glorioso de Argentina”, pero pidió “no entusiasmarse más con un discurso nostálgico” y agregó: “Hay que dar un carácter de época nueva”.
Nuevas utopías: el fenómeno de Singapur.
Acierta Axel con el rechazo que provoca la manipulación de “las épocas gloriosas del peronismo” en una Argentina con un 40% de pobreza y una inflación galopante que se viene comiendo los ingresos de los trabajadores que la siguen corriendo de atrás como siempre.
El fenómeno Milei demuestra que estamos ante un nuevo “que se vayan todos” hoy expresado por el apoyo a un personaje caricaturesco cuyo único valor palpable es brindar una falsa esperanza a la gente. Al igual que con Macri este nuevo encantador de serpientes miente descaradamente armando un discurso producido por “focus group” para decir exactamente lo que la bronca de la comunidad quiere manifestar contra la clase política argentina.
Esta bronca tiene como eje además de la situación socioeconómica, el hartazgo ante los discursos vanguardistas que le explican a la gente como es el camino de una revolución que sólo se corporiza en las mentes afiebradas de una militancia política que pese a las buenas intenciones, no puede resolver los problemas acuciantes de la comunidad. Ante el fracaso de la gestión y los retrocesos evidentes en la calidad de vida, los esbozos del “proyecto” quedan reducidos a un guitarreo progre que genera no sólo rechazo, sino indignación.
El único camino posible es como dice Axel el de dar un carácter de época nueva, intentando una convocatoria a la construcción de nuevas utopías, de nuevas esperanzas. La experiencia de la Revolución Peronista de los años 40/50 quedó grabada en la memoria colectiva como momentos de felicidad popular. Sin embargo, la violenta revolución gorila del año 1955 demostró que las dirigencias políticas y sociales de la argentina no estaban preparadas para la democracia integrada y autodeterminante propuesta por el Gral. Perón cuyo proyecto quedó detenido y luego de su muerte decididamente olvidado.
La autodeterminación política era una propuesta demasiado revolucionaria para los años 50 e inclusive los 70. Pero hoy luego de la caída de la URSS y la crisis terminal de Occidente, surgen en Asia procesos políticos que logran una armonía social envidiable detrás de proyectos de participación ciudadana que se asemejan notablemente al propuesto por el General Perón en su famoso Modelo Argentino.
China y Vietnam con sus partidos socialistas únicos, Corea del Sur con un sistema presidencialista, Singapur con un sistema parlamentarista y Japón con una especie de monarquía constitucionalista están dejando atrás a un occidente que se está prendiendo fuego, luego de la hecatombe moral de sus instituciones que generaron una grave y profunda crisis económica que terminaron pagando cómo siempre los trabajadores.
Los procesos asiáticos surgen impulsados por un rechazo a los valores occidentales que consideran perniciosos y buscan para diferenciarse nuevos principios para forjar un basamento moral y ético distinto. Por eso recuperan al confucianismo y su filosofía humanista para desarrollar nuevas experiencias participativas.
Ya desde el arranque existen connotaciones revolucionarias en el planteo. Lo que las naciones asiáticas realizan es el desarrollo de procesos políticos sustentados sobre filosofías, es decir principios comunes que definen una tabla de valores morales y éticos para ordenar una participación ciudadana nueva. La idea de acordar sobre principios simples y accesibles permite la incorporación de las Comunidades al debate uniéndose a las dirigencias. El alejamiento de la imposición de ideologías cerradas instrumentadas por políticos transformados en vanguardias esclarecidas o CEOS, rompe el verticalismo asfixiante del modelo occidental, que transforma al ciudadano en un ente tabicado alimentado por un materialismo extremo.
El acuerdo fundacional de todas las fuerzas políticas sobre valores comunes que delinean un objetivo como Nación, rompe con el espíritu de confrontación destructiva de la partidocracia occidental. La puja por el acceso al poder para poder desde ahí imponer una ideología cerrada se transforma en un diálogo de las distintas miradas políticas sobre cómo alcanzar un objetivo común.
Esta nueva visión de democracias autodeterminantes está impulsada por los conceptos humanistas de la filosofía confuciana que ordena las fuerzas transformadoras de la comunidad en un proceso de diálogo permanente y con fuerzas en equilibrio dinámico, que van delineando una identidad en constante desarrollo. Esto la diferencia de las fuerzas políticas occidentales que en general se ordenan desde ideologías gestadas previamente por filósofos e ideólogos y que luego son impuestos como alternativas cerradas al resto de la comunidad.
La acentuación ideológica es clave para entender el proceso. Si aceptamos lo ideológico como un modelo “llave en mano” ordenado desde concepciones universalistas, que como verdades absolutas tienden a dar respuesta a todo, la política se reducirá a la acción interpretativa de esa ideología que lógicamente está en manos de las vanguardias esclarecidas o políticos profesionales.
Si en cambio entendemos que las nuevas participaciones ciudadanas deben ser un proceso de creación multitudinaria impulsado por las enormes potencias culturales de los pueblos de hoy, acentuaremos la construcción de esas identidades ideológicas en un grupo de valores o principios comunes, transparentes a toda la comunidad donde la tarea de los políticos no es la de “bajar” la interpretación sino la de coordinar la acción del conjunto para una acción constructiva común.
Los acuerdos sobre los principios comunes pueden ser compartidos con el pueblo sumando a la Comunidad toda al esfuerzo por conseguir los objetivos planteados a través de una planificación adecuada. La transparencia del proceso transforma a las fuerzas políticas y al Estado en coordinadores de algo que comparte la Nación en su conjunto, logrando de esa forma la armonía social.
La lucha política destructiva de occidente ordenada desde la imposición ideológica ha gestado un espíritu de confrontación que comienza en la disputa de las fuerzas políticas para acceder al poder y desde allí imponer su visión. Continúa en la disputa de los intereses financieros y económicos para lograr el desarrollo de sus ganancias y luego se derrama a toda la sociedad que sin otra posibilidad de participación, termina debatiéndose en una meritocracia egoísta y decadente. Todo el proceso genera Estados débiles sumergidos en una desconfianza comunitaria generalizada que impide lograr armonías mínimas para el ordenar un desarrollo económico sustentable.
Tomar valores o principios como fundamento común para la acción dirigente es el aporte más valioso de las tradiciones confucianas a los nuevos procesos democráticos. Más allá de sumergirse en conceptos metafísicos el confucianismo es una tabla de valores morales y éticos para las clases dirigentes. Asumirlos públicamente en acuerdos fundacionales es lo que da sustento e impulso a las nuevas armonías sociales de estas nuevas democracias autodeterminantes.
Singapur y una nueva ideología nacional: “Valores compartidos”.
Los fundamentos culturales confucianos alimentan distintas institucionalidades políticas de acuerdo a las características históricas y culturales de los países asiáticos. Pero cómo ejemplo para profundizar el análisis podemos ver una de las experiencias más recientes: la de Singapur y sus “Valores Compartidos”. Extraemos para ello párrafos del trabajo de Manuel de Jesús Rocha-Pino: “Los valores compartidos: una reinterpretación política del confucianismo en Singapur”.
“…A partir de la década de los años ochenta del siglo pasado, el gobierno de Singapur comenzó a elaborar un proyecto de ideología nacional centrado en el rechazo a lo que oficialmente se identificó como “valores occidentales”. “… “La invención de esta ideología nacional aspiraba a constituir un conjunto de pautas de conducta en los ámbitos de la moral y la esfera cívica y el régimen de Singapur la identificó con el concepto de “valores asiáticos”. Dichos “valores asiáticos” perseguían consolidar el orden, el progreso y la identidad nacional en un país caracterizado por una diversidad multicultural herencia de su pasado colonial. Los “valores occidentales” que criticaban el régimen de Singapur eran básicamente de naturaleza moral como el individualismo, el hedonismo o la falta de respeto a ciertas conductas cívicas y la autoridad de las personas mayores de edad. “
“En 1988, el entonces Vice Primer Ministro de Singapur Goh Chok Tong (quien sucedería a Lee Kuan Yew en el cargo como Primer Ministro en 1990) sugirió que debían iniciarse los trabajos para desarrollar la ideología nacional alrededor de la cual se integrarían todos los habitantes del país sin importar etnia o credo. Después de un par de años de debates, en 1991 fue presentado el proyecto sobre la ideología nacional al Parlamento de Singapur para su aprobación: el proyecto oficial tenía el título de Valores Compartidos. El propósito del documento era “consolidar y desarrollar una identidad de Singapur” al adoptar en un proyecto de ideología nacional algunos elementos de la herencia cultural, las actitudes morales y los valores cívicos del país (Gobierno de Singapur 1991, p. 1). Este documento contiene los elementos que, de acuerdo al discurso oficial, lo hacían compatible con el confucianismo (Kuo 1996, pp. 308-309). Una vez aprobado el proyecto constitucional, el gobierno de Singapur publicó el documento sobre Valores Compartidos resaltando los cinco principios que sustentarían la ideología nacional:
a) la nación debe estar por encima de la comunidad y la sociedad antes del individuo: poner los intereses de la sociedad por delante de lo individual;
b) la familia es la unidad básica de la sociedad;
c) buscar la solución de los problemas a través de consensos y no de imposiciones;
d) promover la armonía y la tolerancia entre las diferentes religiones y etnias;
e) respeto y apoyo de la comunidad al individuo…”
La forma de lograr la armonía social fue adoptar una identidad nacional sostenida sobre estos principios que eran comunes a todas las fuerzas políticas, y compartidos por la Comunidad. Esto desplazó la confrontación de fuerzas hacia una política constructiva que permitió un desarrollo sustentable y que hoy sigue en ascenso permanente.
Hacia una nueva utopía
Las nuevas utopías que tenemos que construir deberán impulsar la construcción de nuevas formas democráticas que puedan dar respuestas a las complejidades aceleradas del mundo de hoy. Se deben construir nuevas formas de representación ciudadana que permitan a los pueblos utilizar las nuevas potencias culturales que una revolución tecnológica imparable multiplica día a día. Por eso sólo las propuestas filosóficas con doctrinas simples y contundentes podrán poner en marcha la inclusión de las masas al diálogo constructivo que debe reemplazar definitivamente a las grietas interminables de las fuerzas políticas actuales. Los políticos deben humildemente proponer una serie de principios comunes para democratizar una forma de ver la realidad y una tabla de valores morales y éticos para que sirvan de cauce a los pueblos que en un esfuerzo comprometido pueda ir construyendo el futuro de sus comunidades. Los políticos deben entregarse públicamente a estos principios y “pensar desde ahí” para poder transparentar sus acciones y poder compartirlas con la comunidad.
La autodeterminación democrática del futuro sólo se pondrá en marcha con acuerdos fundacionales entre todas las fuerzas políticas y sociales del país. Pero no de acuerdos partidarios solamente, sino de acuerdos sustentados por principios comunes para poder compartirlos en un esfuerzo colectivo con sus comunidades. Se deben acabar las imposiciones de ideologías cerradas, sean progresismos de izquierda o liberalismos extremos de derecha. Cualquier imposición de cualquier tipo debe ser rechazada. Solo los principios simples y concretos y que puedan ser interpretados por el conjunto podrán poner en marcha a las fuerzas constructivas de la nación.
La experiencia justicialista
“El justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, profundamente cristiana y profundamente humanista. Como doctrina política, el justicialismo realiza el equilibrio entre el derecho del individuo con el de la comunidad. Como doctrina económica, el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía y está al servicio del bienestar social. Como doctrina social, el justicialismo realiza la justicia social que da a cada persona su derecho en función social.”
Podemos ver en estas experiencias políticas asiáticas una similitud al proyecto justicialista. Lo que Juan Perón quería para poner en marcha su nueva democracia social, era lograr un acuerdo conceptual de todas las fuerzas políticas del país y que fuera además compartido con el conjunto del pueblo. Esa era la propuesta de la doctrina justicialista, una serie de principios comunes para ordenar un diálogo constructivo del conjunto de las fuerzas políticas y sociales del país. Por eso Juan Perón lo presentó siempre como un movimiento y no cómo un partido político. El objetivo del justicialismo no es el acceso al gobierno como partido o fuerza política en el marco de una democracia liberal, sino lograr la unidad nacional para poner en marcha una nueva democracia integrada, similar a las que vemos hoy surgir en otras partes del mundo.
Nuestras tres banderas históricas y nuestras 20 verdades deben ser ofrecidas como marco conceptual para el resto de las fuerzas políticas argentinas para delinear en base a ellas un objetivo estratégico como nación. Las ofrecemos hoy como punto de partida para un debate que debe incluir a todas las miradas políticas de las distintas fuerzas que componen el acervo histórico de la política argentina y que pretendan la liberación. La unidad nacional es el objetivo primero del justicialismo.
La coyuntura hoy
Como vemos, los objetivos de unidad nacional que se propone el justicialismo requieren de un largo camino de predicación que seguramente tardará años en rendir frutos. Mientras, nos debemos unir todos aquellos que quieran lo que nuestras tres banderas históricas predican. Nuestras diferencias actuales provienen de haber transformado a un movimiento revolucionario como el peronismo en un partido liberal. Debemos poner en marcha al movimiento en una acción de predicación y convocatoria a nuestra comunidad para que nos acompañe a construir una nueva democracia que nos pueda liberar. En esa acción de prédica constante lograremos la unidad, que sólo se consolidará con la incorporación del pueblo al proceso.
Hoy tenemos una batalla electoral que dar contra las fuerzas que explícitamente se oponen a las tres banderas históricas de nuestro movimiento. Estas expresiones antiperonistas y antinacionales son las fuerzas a vencer. Esta batalla la daremos encolumnados disciplinadamente detrás de la candidatura de Sergio Massa. El sentido estratégico de lo que queremos construir nos dará la mística necesaria para potenciar nuestros esfuerzos. Dejemos abierto el debate permanente para recuperar la potencia del Movimiento Nacional y presentar un futuro de esperanza a nuestros compatriotas. Lo que Perón quería construir y no pudo, otros pueblos lo lograron y demostraron que el camino de una victoria anticolonialista es posible.
Perón nos espera en el futuro.
Patria sí Colonia no!