
Ya comenzaron las conversaciones para realizar un frente político y social en contra de Milei para presentar una alternativa válida en las elecciones de medio término de este año. Todo sirve por supuesto para frenar esta locura colonialista, sin embargo, promover como solución un acuerdo con las fuerzas políticas que fueron impugnadas por un segundo “que se vayan todos”, sin una explicación sobre las causas de ese rechazo ciudadano que entronizó al monstruo no parece ser una alternativa superadora o de largo alcance.
Seguramente podría servir de alternativa ante una emergencia catastrófica, pero a la larga no podría revertir el proceso de disociación de nuestras fuerzas que desde hace años se viene profundizando.
El acuerdo principal debe realizarse con el pueblo porque es el protagonista que puede con su participación gestar la cuota de poder que necesita el Movimiento Nacional para reconstruir un camino de liberación.
Pero para ello se debe romper con el concepto de soberanía ciudadana del neoliberalismo que promueve con su famoso: “votame a mí que te voy a resolver los problemas”, un vínculo descomprometido y distante entre la comunidad y las fuerzas políticas alentando el individualismo y la meritocracia.
Si queremos retornar al poder debemos recomponer el vínculo con nuestro pueblo para poner en marcha una democracia renovada que debe asentarse sobre un nuevo concepto de soberanía popular.
La armonía social de las actuales instituciones políticas tuvo un desarrollo virtuoso hasta los años 50, pero la evolución histórica fue gestando una revolución sin precedentes en el marco de las comunicaciones humanas y la tecnología, que lanzó al mundo a un crecimiento geométrico de su complejidad cultural y con un increíble aceleramiento de sus conflictividades.
El desarrollo de los medios de comunicación masiva gestó además un hombre con potencias culturales nunca vistas, y las instituciones políticas que deberían brindar una participación proporcional a las nuevas jerarquías del individuo, mantuvieron y mantienen el mismo marco participativo de hace más de dos siglos.
Es urgente dar una respuesta institucional congruente a este nuevo mundo y a este nuevo hombre de hoy que nada tiene que ver con las comunidades de la revolución francesa, analfabetas en un 90% y sin ningún tipo de información y con un mundo que crecía al ritmo de la carreta y la navegación a vela.
La fuerza de los Estados depende de la administración del poder concedido por la ciudadanía siempre y cuando ésta se sienta representada por los poderes políticos. La crisis del mundo occidental hoy nos demuestra que el ciudadano no se siente representado por el sistema.

Las nuevas potencias culturales de los pueblos fueron anestesiadas y alimentadas en los países desarrollados por un sistema de consumismo extremo y una serie de herramientas de entretenimiento escapista que constituyen un formidable mecanismo de anulación de su espíritu crítico. Las partidocracias dieron el marco institucional impidiendo las formas participativas sociales y manteniendo los privilegios de las grandes decisiones políticas en una “casta” privilegiada. Estos procesos que alimentan el desarrollo de las plutocracias que dominan hoy al mundo y evitan la maduración colectiva de las comunidades, provocan un hombre infantilizado y sometido a extraordinarios mecanismos de manipulación que dominan la información y la subjetividad social.
Para lograr desarrollar un poder político que permita un proceso de unidad nacional y la liberación, se debe impugnar este sistema de participación ciudadana colonial. Ese es el primer acuerdo que hay que lograr. Convocar a las fuerzas políticas que estén de acuerdo con construir una nueva democracia con una representación ciudadana que le permita al hombre liberarse del proceso de insectificación al cual está hoy sometido.
El peronismo está pagando caro el error de haber encorsetado a un Movimiento nacional revolucionario que intentaba poner en marcha una nueva democracia popular, en un partido liberal más dentro de una mecánica de participación colonial. No hay forma de aumentar el poder haciendo política como liberales y eso quedó demostrado.
Ahora bien, el principal problema de poner en marcha una nueva democracia implica cambiar el sentido fundamental de hacer política. Hoy el mundo occidental está todavía acotado a su dependencia desde los preceptos ideológicos. Hacer política es intentar poner en marcha un modelo determinado impulsado por una visión ideológica y generalmente es una lucha de ideas contrapuestas. Es la herencia evolutiva de un proceso histórico que dejando atrás el “derecho divino de los reyes”, impulsó el desarrollo de las grandes ideologías del pasado como el liberalismo, el conservadorismo y como reacción el comunismo y el socialismo y que dieron el marco al surgimiento de los nuevos sistemas políticos.
El sistema se ordenó desde lo ideológico y construyó una verticalidad desde esa clase política que se apropió del privilegio de las grandes decisiones manteniendo a los pueblos en la tribuna.
La involución institucional imperante en la actualidad ha degradado ese marco ideológico inicial transformando los grandes pensamientos universales del pasado en ideologías de “focus groups” que hoy se arman coyunturalmente para dar respuesta a ese hombre previamente infantilizado por el sistema. En este proceso de decadencia, surgen más cerca del panfleto que de lo ideológico: anarcocapitalistas, partidos verdes, derechas con acentos izquierdistas y izquierdas con acentos nacionalistas. Hay de todo en la viña del señor.
Pero la revolución tecnológica que vivimos ha provocado la irrupción de un nuevo protagonista y por primera vez en la historia de las ideas políticas, los pueblos, es decir la comunidad en su conjunto tiene las capacidades para debatir sobre las características identitarias de las profundas transformaciones necesarias para armonizar la vida de las futuras comunidades.
Por lo tanto, el acuerdo no solamente es con aquellos que pretenden cambiar esta democracia colonial sino con quienes respeten este nuevo derecho individual que el peronismo pone en marcha como es el derecho de los pueblos a crear su destino.
Unirse al pueblo, lo primero
Para poner en marcha la nueva democracia no debemos ponernos de acuerdo detrás de una ideología o modelo preestablecido, sino que debemos asumir que las identidades serán lo producido por la capacidad creativa de la comunidad en su conjunto y asumir que la política es solamente eso: la construcción organizada por el esfuerzo colectivo.
Claro que esta acción constructiva debe ordenarse de una forma que permita que su desarrollo contemple la situación colonial de la argentina y geste y acreciente una armonización social para lograr la Unidad nacional que pueda brindar el basamento de poder político para la descolonización.
Es decir que si bien no tenemos una ideología preelaborada que marque lo que tenemos que hacer, el ordenamiento de la capacidad creativa de nuestro pueblo debe tener una identidad que permita unir a todos los argentinos que crean en su pueblo, que pretendan liberarse de las plutocracias que dominan al mundo y que quieran transformar a la argentina en una nación soberana. Es decir, debemos organizar la creatividad de una comunidad decidida por la liberación y por el ansia de construir algo nuevo y diferente a las arcaicas democracias fosilizadas de hoy.
Ese fue siempre el sentido revolucionario de la doctrina peronista, la de ser un cauce ordenado de la creatividad comunitaria expresada en la construcción y desarrollo de una nueva nación, gestando en su esfuerzo una nueva identidad política en permanente crecimiento.
Por eso el peronismo no tiene una ideología cerrada que imponga una verdad absoluta. Es una filosofía que tiende a brindar una forma de pensar en común, y este es el eje del gran acuerdo que los argentinos debemos lograr. Decidirnos primero a construir una nueva democracia y ponernos de acuerdo en los principios y valores que se deben respetar para ordenar la capacidad creativa de la comunidad en su esfuerzo por construir una nueva Argentina.

Nosotros proponemos nuestras tres banderas fundamentales de independencia económica, justicia social y soberanía política que fueron la síntesis interpretada por Juan Perón luego de la extraordinaria experiencia anticolonialista del Primer Plan Quinquenal.
Pero tiene que quedar claro que estos principios no son un programa partidario, ni un dogma administrado por nadie, sino que simplemente son principios que para lo único que sirven es para organizar la capacidad creativa del conjunto.
Una nueva dirigencia
Hace falta entonces que nuestra dirigencia política se ponga en marcha predicando esta nueva forma de construcción política que debe comenzar con un desprendimiento del vedettismo actual de quienes quieren explicarle al pueblo que es lo que hay que hacer y mandarlo a su casa una vez que brinda su voto.
Ese camino ya demostró su fracaso. Hoy necesitamos dirigentes que fomenten la nueva actitud autodeterminante ciudadana predicando los principios comunes en el pueblo y entregándose públicamente a ellos sirviendo de ejemplo y transformándose en coordinadores o conductores de la potencia común.

Lograr la movilización y el compromiso popular sobre esta nueva forma democrática de la Comunidad es lo único que nos podrá permitir volver a construir sobre piedra y abandonar las arenas movedizas del desierto neoliberal.
Si bien somos conscientes que puede haber distintos tipos de acuerdo para forjar la resistencia al anarcocapitalismo, sólo un acuerdo fundamental con nuestro pueblo que enfrente al sistema de las democracias coloniales como una nueva forma de dominación, podrá lograr una unidad conceptual para gestar un verdadero frente patriótico y volver al sendero de la liberación.
La toma del poder
Somos conscientes de la gravedad de la situación de un movimiento nacional absolutamente filtrado por los conceptos de soberanía política del neoliberalismo. La participación de decenas de renombrados dirigentes del peronismo y el progresismo en las filas del RAP (Red de Acción Política) demuestra la profundidad de la deriva colonialista en nuestras filas.
La mayoría de los dirigentes peronistas creen que el peronismo es una alternativa partidaria dentro del esquema de participación de las instituciones liberales. No asumir al peronismo como una nueva forma democrática con nuevos conceptos institucionales y una nueva forma de filosofía de acción política, conlleva a la dramática situación de no tener nunca el caudal de poder político para realizar lo que el peronismo promulga. Poder que solo lo dará el pueblo movilizado y comprometido con una nueva construcción democrática.
Se debe construir una fuerza política que se disponga a enfrentar este sistema de democracia colonial que impide la elevación de la cultura social de nuestro pueblo y el consiguiente desarrollo de una corriente solidaria que promueva la Unidad Nacional necesaria para poner en marcha la nueva democracia.
El objetivo que nos une no debe ser un programa de gobierno solamente, sino un plan de toma del poder que impugne al sistema liberal en su conjunto. No debemos articularnos en contra de Milei sino en contra de un sistema de participación ciudadana que permitió el ascenso de los Milei, los Trump y los Bolsonaro.
Debemos subsumir la agenda electoral del demoliberalismo dentro de un objetivo estratégico mayor como es suplantar las viejas instituciones liberales. No se trata de no dar la batalla electoral sino de impedir que el espíritu de construcción política sea la de conformar un gobierno dentro del sistema colonial. Esa nunca fue la mística y ni la épica del peronismo. Debemos evitar transformarnos en una fábrica de funcionarios administrativos que compiten por la cuota de poder que brinda una ciudadanía colonizada. Debemos recuperar la mística revolucionaria del peronismo incluyendo la agenda electoral en un objetivo que nos dignifique como fuerza política y eso no puede ser otra que la construcción de una patria justa libre y soberana, una democracia popular moderna y acorde a las potencias culturales del hombre de hoy.
Para eso es fundamental abandonar la posición vanguardista de pretender explicarle al pueblo que es lo que hay que hacer como dueños de una verdad absoluta. Debemos ser sinceros en el planteo de que ningún dirigente o fuerza política podrá revertir la situación colonial dentro de la falta de compromiso y desunión que hoy inunda a la comunidad argentina producto de décadas de prédica liberal individualista.
La dirigencia peronista debe convocar al pueblo anunciando que sin su movilización comprometida no habrá solución ninguna para los problemas del país y que la búsqueda de esa solución necesita articular la capacidad creativa de toda la comunidad. Se hace imprescindible ordenar esa potencia con nuevas herramientas de participación ciudadana articuladas en base a una serie de principios comunes que puedan evitar el asambleísmo y la disociación política. Los dirigentes deben dar el ejemplo anunciando la nueva democracia y entregándose públicamente a esos principios para bajarse del pedestal vanguardista que fue brutalmente rechazado por los argentinos en el ascenso del Calígula de las Pampas.
Por eso el primer acuerdo debe ser con el pueblo y con todas las fuerzas políticas que se decidan a enfrentar esta nueva herramienta de dominación colonial que pretende la disociación política de los países en vía de desarrollo para dejarlos indemnes a las fuerzas corporativas de las nuevas plutocracias que dominan al mundo.
Próxima entrega: Terminemos con el electoralismo partitocrático.